Me despierto como otro día más. Doy un par de vueltas en la cama. Miro al reloj. Tengo que empezar un nuevo día. De repente me acuerdo. Hoy no es un día más. Hoy mis ojos son una lente con la que absorber el mundo que me rodea.
Tomo mi cámara y la cuelgo de mi muñeca. No es pesada aunque me resulta un poco incomoda por el balaceo perpetuo que genera. Golpea continuamente con mi mano.
Voy a desayunar, abro los armarios, no es como todo los día, mi mirada es distinta. Imagino distintas fotos posibles con esos recipientes. Múltiples formas, colores,… un mundo a explorar. Cojo lo que necesito y me dispongo a desayunar. Me fijo en la pared del frente también la quiero fotografiar. No tiene nada. Tal vez sea eso, su sencillez lo que provoca mi atención. Decido en centrarme en desayunar, podría pasar así toda la mañana. Termino de desayunar y dispongo a prepararme. Opto por dejar durante un rato la cámara aun lado.
Ya es media mañana. Salgo a la terraza de casa, quiero ver que día hace. El sol es el protagonista aunque el calor no le acompaña. Me fijo en el árbol de enfrente, en sus hojas, el movimiento. Podría pasar mucho rato fotografiándolo. Miro hacia abajo. Veo la gente. Hay una anciana en un banco. También me parece fotografiable. Es peculiar.
Salgo a la calle, voy a dar un paseo para despertar mi mirada. Me fijo en los pequeños detalles en los que antes no había reparado. Me siento en un banco de la calle. Miro la gente pasar. Los coches. Niños jugando en un mundo que para ellos es aun de grandes dimensiones. ¡Hay tantas cosas que capturar con mi cámara!
Sigo caminando. Los edificios. Todos tan diversos. Distintos materiales, alturas formas… Las composiciones que forman unos con otros. Cuantas posibilidades. Puede que sea por estudiar arquitectura, pero los edificios son hora mis protagonistas. Es hora de volver a casa. Debo ayudar a hacer la comida a mis compañeras.
Cuando llego ya están cocinando. Solo están dos, las demás han vuelto a sus casas el fin de semana. Ahí, entre el ajetreo del cocinar me apetece realizar unas cuantas fotos. Pero estas no son fotos “artísticas” son fotos para el recuerdo. Éstas que cuando las vuelves a mirar dentro de muchos años, te reviven los buenos momentos que pasaste.
Hacemos una ensalada. Tiene muchos ingredientes y como consecuencia muchos colores. Se podrían hacer fotos interesantes. Desde cerca, enfocando todos esos colores como si de un paisaje se tratara. Nos ponemos a comer. Después un café. La taza echa humo. ¿Conseguiría plasmarlo en una foto? A pesar del café, me entra el sueño, la siesta llama a mi puerta. Dejo la cámara a un lado y cierro los ojos.
Abro los ojos. La mirada aun borrosa. Estoy en el salón con mis amigas. Aquí no hay tantas cosas que llamen mi atención. Lo conozco bien. Demasiadas horas gastadas en él. Vemos una película. Aquí tampoco uso la cámara. Pero pasa algo. Me fijo en la película de otro modo. Presto atención a los paisajes que salen en ella. En como podría capturarlos con mi cámara. Esto ya es obsesión.
Ya es tarde. Decidimos que hacer esta noche. Comenzamos a prepararnos. Cuando ya estamos listas salimos por la puerta. Aquí también merece la pena una foto.
Vamos a un bar a cenar. Mucha gente. Grupos de amigos charlando, pasando un buen rato. También hay parejas. Se podrían hacer muchas fotos. Risas, miradas, gestos…
Creo que va siendo hora de terminar, pero de empezar a usar la cámara de verdad. Para seguir creando fotos que formaran parte del álbum de los recuerdos.